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CONTENIDO Y EMPAQUETADO

“Yoto Kuniku” (cabeza de oveja, carne de perro) es un dicho que significa colocar un letrero con la cabeza de una oveja en una tienda que vende carne de perro. En otras palabras, vender un producto de baja calidad promoviendo en el letrero un artículo de alta calidad. En otro sentido, se refiere a una persona que es en realidad mala por dentro y trata de dar una buena impresión por fuera.

El origen de esta frase se encuentra en el clásico Zen Mumonkan, pero el diccionario chino-japonés de caracteres dice que en el Mumonkan dice “carne de caballo” y no “carne de perro”. Preguntándome si esto era cierto revisé cuatro o cinco ediciones diferentes del Mumonkan, y en todas ellas decía “carne de perro”. Así que de inmediato decidí investigar y recibí la siguiente respuesta: “En las ediciones en chino se usaba originalmente “carne de caballo”, pero con el tiempo se hizo más común el uso de “carne de perro”. Sin embargo, como usted ha señalado, el Mumonkan vigente dice “carne de perro”; en consecuencia, hemos decidido hacer una revisión del diccionario”.

El cambio de “carne de caballo” a “carne de perro” pasó desapercibido por muchos años, y muy probablemente la diferencia entre los artículos promovidos en el letrero y los artículos en realidad vendidos también se ha hecho más grande.

Aquellos que han hecho compras en otros países habrán notado que en Japón se gasta mucho dinero en empaquetado. El empaquetado es un tipo de letrero. Por ejemplo, un artículo que cueste mil yenes (unos diez dólares) puede parecer más caro gracias a un empaquetado caro. Aunque quizás la expresión “cabeza de oveja, carne de perro” resulta extrema, podemos decir que en esta época “La ropa hace al hombre”. En nuestros días se escucha la frase “cultura del empaquetado”. ¿No significa esto envolver las cosas hermosamente, sin importar su contenido, para que la belleza en el ojo del observador haga que se vendan en grandes cantidades, no importando lo que sea?”.

Hace poco escuché que en una escuela secundaria superior el día de graduación las jóvenes que se graduaban corrieron a las tiendas de cosméticos para abastecerse de maquillaje. Al tiempo que salían de la escuela que buscó su formación interna se transformaban hacia una “cultura del empaquetado”. ¿No es esta una forma impresionante de transformarse a uno mismo?.

Siendo así las cosas, es natural que cada vez más personas juzguen los valores de los demás en base a sus títulos, ropas y accesorios.

Mi introducción se ha hecho larga con mis comentarios. Pero en Zen, que respeta los contenidos tal y como son, el espíritu ordinario que deja que la mente se distraiga con el “empaquetado” no escapa el grito ni el palo.

La siguiente historia tuvo lugar cuando Ikkyu Zenji era el Abad principal del templo Daitokuji en Murasakino. Un día un hombre joven vino a la entrada del templo y dijo, con aire de importancia: “Soy el sirviente de un hombre rico de Kioto llamado Takaido. El próximo mes se cumple el primer aniversario de la muerte del padre de mi amo, y es su deseo definitivo que el Zenji esté presente. Con solo mencionar el nombre de Takaido no tendrá problemas en encontrar el lugar”.

Cuando el monje que salió a la puerta comunicó la petición a Zenji este le pidió confirmar la hora. Ikkyu tendría algún plan, pues por lo general le disgustaban los ricos arrogantes por el solo hecho de tener dinero.

Los días de otoño son cortos, y había llegado el crepúsculo cuando un mendigo solitario, vistiendo harapos sucios y cubierto con una estera de paja enlodada, llegó a la entrada de la imponente residencia Takaido.

“Una limosna para el pobre, por favor…” dijo el mendigo, en voz débil. Frotó sus manos y daba lástima. Sin embargo, los sirvientes de la casa se reunieron a su alrededor gritando: “¡No nos molestes!” ¡Vete de aquí! ¡Regresa al lugar de donde viniste! Y le empujaron para que se fuera.

El mendigo repitió: “Una limosna para el pobre, por favor…”.

“¡No tenemos nada que darte! ¡Vete ahora mismo!”.

El joven amo de la casa escuchó la conmoción y salió a ver qué pasaba. “Desháganse de ese mendigo ahora mismo. ¡Si no se va, sáquenlo a patadas!”.

Los sirvientes golpearon y patearon cruelmente al mendigo y lo empujaron al camino, en donde cayó. Este se levantó lentamente frotando sus piernas heridas y se fue, cojeando en la penumbra. Poco tiempo después llegó a la entrada del templo Daitokuji. Parado bajo la luz brillante de un farol el mendigo se rió entre dientes; la cara sonriente no era otra más que la de Ikkyu Zenji.

El día siguiente Ikkyu Zenji se dirigió a la residencia Takaido en un palanquín, vistiendo una toga de colores brillantes y un sobrepelliz brocado en oro.

Los sirvientes habían limpiado la residencia Takaidopor dentro y por fuera, y una gran cantidad de personas estaba reunida para presentar sus respetos al Buda viviente. El amo de la casa y todos sus criados vestían ropas formales con el emblema de la familia, y dieron la bienvenida a Zenji de una forma digna. Zenji fue escoltado al interior por el maestro de la casa.

“Zenji, por favor entra a la habitación del altar”.

“No, gracias. Hasta aquí es suficiente.” dijo Ikkyu, y no se movió.

“¿Por qué?” . Entra, por favor.”

“No, aquí está bien. Esta estera de paja es suficiente para mí.”.

Ikkyu se sentó sobre la estera colocada frente a él y no se movió, sin importar lo que le decían.

El amo de la casa se enojó, agarró a Ikkyu por los brazos y trató de levantarlo.

Pero Zenji le ignoró diciendo: “Toma, lleva esta toga y la okesa brocada en oro a la habitación del altar. Mi cuerpo no es bienvenido aquí, por eso para mí es suficiente con sentarme en esta estera.”. Una sonrisa cínica iluminó su cara, y continuó diciendo: "Amo, la verdad es que el mendigo que vino aquí ayer y yo, el monje, somos la misma persona. Ayer fuí pateado y golpeado; hoy soy bienvenido y tratado con gran hospitalidad. ¿Por qué? ¿No es acaso por lo mucho que brilla esta okesa?”. Diciendo esto, Zenji rió a carcajadas.

Al oir esto, el amo de la casa y sus seguidores quedaron asombrados. Temblaron, palidecieron y se quedaron mudos al recordar lo rudos que habían sido con el Zenji, sumamente respetado por el Sogun y otros señores feudales. Ikkyu Zenji se quitó entonces su toga y okesa sonriendo y, no importándole el mundo, dijo: “Pide a esta toga y a esta okesa que conduzcan la ceremonia”.

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